Deshazte de los remordimientos inútiles

Fran Brennan, reportera, dice que todos los días tiene una larga lista de motivos para sentirse culpable. Cuando está trabajando, le remuerde la conciencia por no pasar ese tiempo con su hijo de 18 meses; cuando se toma un descanso para estar con él, le pesa no aportar dinero al hogar. Por si fuera poco, se siente culpable de mandar limpiar la casa dos veces al mes, aunque esto le permite dedicar más tiempo a su profesión y a su familia.

Pocos pueden sustraerse a los sentimientos de culpa. De hecho, cuando en 1991 el psicólogo Roy Baumeister estudió el asunto, averiguó que el individuo medio alberga estos sentimientos durante alrededor de dos horas al día, de las cuales dedica 39 minutos a remordimientos que van de moderados a graves.

"En general, sentirse culpable es muy constructivo", señala Baumeister. "Es una importante influencia civilizadora que nos impide lastimar, afligir o decepcionar a los demás". Sin embargo, al decir del rabino Harlan Wechsler: "Los mecanismos benéficos también pueden fallar". Si a usted no lo deja en paz la conciencia después de que ha intentado reparar el daño, o si se culpa de cosas que escapan de su control, probablemente sea una víctima de remordimientos mal entendidos, que resultan muy destructivos.

Los escrúpulos de conciencia no resueltos pueden ser muy estresantes, opina Georgia Witkin, directora de un programa contra el estrés. Son lo que hace que usted sienta un hueco en el estómago y que se le acelere el pulso cuando recuerda, por ejemplo, la ocasión en que insultó a su abuela. El estrés debilita el sistema inmunitario y nos resta resistencia contra las enfermedades, agrega Witkin.

¿Cómo librarse de los resquemores perjudiciales? "Los remordimientos son como el dolor", dice Wechsler. "El dolor le indica que algo anda mal. Cuando usted lo siente, no se queda con los brazos cruzados: hace algo para remediarlo. Lo mismo vale para los remordimientos".

Si usted se siente culpable, he aquí lo que puede hacer:

Dé una satisfacción.

En 1996, Kent Holloway, radicado en Detroit, tenía pensado asistir a la fiesta de cumpleaños de una amiga suya que vive en Chicago. Aunque estaba invitado desde hacía un año, un mes antes de la fecha supo que su hermana se graduaba el mismo fin de semana. "Tenía que estar en la ceremonia de entrega de diplomas, así que cancelé el compromiso con mi amiga", cuenta. "Ella lo entendió, pero yo me sentía muy mal".

Sin embargo, en vez de flagelarse por haber dejado plantada a su amiga, hizo planes para reunirse con ella. "Inventé un pretexto para visitarla", recuerda. "Pude así demostrarle lo mucho que aprecio su amistad".

Aprenda de sus errores.

Cuando Kristen Rasmussen era una muchacha de 19 años, se fue a vivir con un hombre que tenía dos hijos pequeños de un matrimonio anterior. Ella creía que la situación era moralmente incorrecta, pero en aquella etapa de su vida no le importaba. Con el tiempo se casaron, pero poco después se divorciaron. "Me siento terriblemente culpable de haber lastimado a los niños", confiesa Kristen, hoy de 32 años. "Primero se divorciaron sus padres, y luego perdieron otra relación que consideraban estable".

Kristen está tratando de aprovechar esta experiencia para reparar el daño que causó y llevar una vida mejor. Después de separarse de su esposo empezó a salir con un divorciado que tenía un hijo pequeño. "Fui muy cautelosa", dice. "No quería que el niño se encariñara conmigo hasta estar segura de que mi relación con su padre iba en serio". Cuando finalmente se casaron, ella asumió una actitud diferente con respecto a la unión. "Ahora sé que el matrimonio implica el compromiso de trabajar juntos por el futuro. Ya no puedo cambiar el pasado, pero de hoy en adelante puedo llevar una conducta de la que me sienta orgullosa cuando tenga 100 años".

Acepte sus limitaciones.

Teresa Bell Kindred, de 41 años, aún se pregunta si hizo cuanto pudo cuando su madre cayó mortalmente enferma de cáncer de colon. Durante todo su calvario, Teresa no dejó de pensar: Puede haber un nuevo tratamiento del que aún no sepamos. La razón le decía que no tenía ningún control sobre la enfermedad de su madre, pero una parte irracional de su conciencia le insistía en lo contrario. "Mi madre siempre me ayudó a resolver mis problemas", recuerda. "Así que me sentí muy mal porque, cuando ella me necesitó, yo no pude salvarla".

No hay que olvidar que no todos los acontecimientos están en nuestras manos, advierte Herbert Strean, del Centro de Adiestramiento Psicoanalítico de Nueva York. Esperar la perfección de uno mismo no conduce a nada. Quienes sufren de escrúpulos inútiles tienen que aceptar la falibilidad del ser humano.

No permita que lo hagan sentir culpable. Muchos de nosotros tenemos conocidos que pueden manipularnos para que nos sintamos culpables. Un suspiro de mortificación de una madre puede llevar a algunos hijos al paroxismo del remordimiento. Sin embargo, hay manera de hacer frente a esta manipulación, afirma Archibald Hart, profesor de psicología clínica.

Primero, identifique las cosas que fácilmente lo hacen sentir culpable: aquello de lo que no está seguro, como el trabajo, los hijos o su capacidad para darse a los amigos. A continuación, identifique a las personas que pueden utilizar estas cosas para infundirle remordimientos, y quíteles esa facultad. "Tenga presente que ni usted es un niño pequeño, ni la otra persona es Dios", dice Strean. "No olvide que los demás no siempre tienen la razón".

Por último, establezca sus condiciones.

"Decida que será usted quien lleve las riendas de su vida", aconseja Wayne Dyer, autor de Manifest Your Destiny ("Manifieste su destino").

Como los sentimientos de culpa tienden a intensificarse si se mantienen en secreto, también es importante que los saque usted a la luz. Hable y ríase de ellos con los demás. A veces, agrega Hart, basta con que confesemos los angustiosos escrúpulos que sentimos cada vez que dejamos destapada la pasta de dientes para darnos cuenta de lo insignificantes que son.

Destierre los fantasmas

Si lo obsesionan los remordimientos del pasado, haga frente a lo que realmente está ocurriendo en su vida. "Los escrúpulos viejos generalmente vuelven porque entran en resonancia con algo actual", explica Joy Browne, autora de Nobody's Perfect: Ending the Blame Game ("Nadie es perfecto: cómo acabar con el juego de la culpabilidad").

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